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9 abr 2012

Cuestionario de un librero

Hace unos días platicaba con un amigo librero y me manifestó su preocupación por el futuro que le espera a él y a los de su gremio. Me hizo algunas preguntas y de pronto se me ocurrió una idea. Le dije que mejor me enviara todas las preguntas que quisiera por e-mail, que yo las respondería en mi blog y que así quizás otros blogueros podrían responderlas en los suyos, si se interesaban. Creo que la idea le gustó bastante, porque al siguiente día me envió el cuestionario, sólo que se atravesó Semana Santa y hasta hoy puedo subirlo. Pero más vale tarde que nunca.

Tomando en cuenta la fuerza que está adquiriendo el libro en formato digital ahora que se han hecho, en cierta medida, populares los e-reader, ¿les ves futuro a los libreros?
Evidentemente el libro electrónico supone un duro golpe para ustedes. Los editores los van a vender directamente en su página web dejando a un lado al distribuidor y al librero, tan necesarios con el libro impreso. Cuando mucho van a recurrir a gigantes como Amazon. Si se llega a una coexistencia entre los dos formatos, los libreros más arriesgados y creativos seguirán vendiendo y bien. Pero el futuro, en lo que a los libros se refiere, es un tanto incierto.
Aunque de momento, pese a todo, creo que no hay mucho que temer. Todavía sigue siendo muy necesario poner una montaña formada por ejemplares del mismo libro en las puertas de la librería para que éste se venda.
¿Crees que en cuanto se mueran todas las generaciones que empezaron leyendo libros en papel se acabará el oficio de librero?
Yo veo a niños leyendo libros impresos. Es cierto que cada generación trae sus modas, pero para mí el desplazamiento de un formato a otro va a depender más del ahorro que suponen los libros en formato digital, entre otras cosas como la comodidad que le genera un e-reader a un estudiante y los espacios. Muchos ya tienen una atractiva biblioteca para lucir en casa. ¿Para qué meterle más libros si ya no hay dónde ponerlos?
Yo francamente no lo veo mucho por el lado de la edad. Acostumbrarse a las cosas cómodas y baratas lleva poco tiempo. Ahora los e-reader siguen siendo algo caros, pero deja que bajen más de precio y verás a personas de cincuenta años llevando uno consigo.
¿Crees que la tecnología primero acabará con los libros impresos y después con los lectores? Me refiero a que si el habito de leer, con las comodidades que surgen constantemente, podría terminar siendo un anacronismo en poco tiempo.
En poco tiempo, digamos diez años, creo que no. Pero después… no me atrevo a decir que no. Es obvio que la tecnología cambia nuestros hábitos.
Si te dijeran que podrás leer todos libros que quieras, todos, en un e-reader de forma totalmente gratuita por el resto de tu vida, siempre y cuando renuncies a leer libros en papel, ¿qué responderías?
No me gusta que me regalen las cosas para no sentirme comprometido con nadie. Pero, hipotéticamente, creo que sería un idiota si dijera que no.
¿Actualmente cuál es la forma más común en que obtienes libros: por medio de librerías, de librerías de viejo, de bibliotecas o los compras en formato digital?
En librerías. Quizás en ellas compro el 70% o más de mis libros. No he vuelto a una biblioteca desde la universidad. A las librerías de viejo acudo normalmente porque a veces me encuentro cada joya que no sé por qué está allí. Y libros electrónicos aún leo pocos, porque a la venta están muy pocos de los que quiero leer, pero es una costumbre que crece rápidamente en mí.
Si te interesa una novedad, y está disponible en formato digital y en papel, ¿por cuál vas a inclinarte?
Depende mucho qué tanto me interese. Si llama demasiado mi atención creo que querré tener el libro impreso. Y si me atrae pero no tanto, me inclinaré por el formato digital.
Creo que los editores que no sacan a la venta sus novedades en ambos formatos están cometiendo un error. No sé cuál sea el motivo por el que muchos siguen sin contemplar el formato digital. Probablemente piensan que quien  compre el libro electrónico podrá ponerlo el mismo día gratis en la red. Eso es muy probable, pero con nada le impedirán que lo haga un mes después, si así lo desea.
De cualquier forma, quizás no poner el libro a la venta en formato electrónico puede traer más perdidas que ganancias. Cuando leemos una reseña de un buen libro, es probable que lo compremos al instante si está a la venta a buen precio en formato electrónico, en cambio si esperamos para ir a la librería, tal vez para entonces ya nos habremos olvidado de él.
Y por si eso fuera poco, también es de tomar en cuenta que producir copias de un libro en formato electrónico no cuesta absolutamente nada.
¿Bajo qué criterios compras tus libros?, ¿recurres al método tradicional de anotar todos los títulos que te gustan y los vas comprando en ese orden?
No, hay libros que anoté hace un año y que aún no compro y hay otros que hace una semana supe de su existencia y hace una semana los compré. A veces cuando me entero de la existencia de un libro me digo que algún día tengo que leerlo. Y otras veces me digo que ese mismo día tengo que empezar a leerlo. Las reseñas que leo por allí tienen mucho que ver en ello. Me ayudan, algunas, a ir por el camino correcto.  
¿Cuánto tiempo puede pasar desde que sabes de la existencia de un libro de tu interés hasta que te lo compras?
Creo que eso ya lo respondí en la respuesta anterior, pero vamos a abundar un poco más. Si me interesa demasiado trataré de comprarlo cuanto antes, pero si no me interesa mucho tal vez tarde meses, un año o me olvide de él. A veces busco leer varias reseñas de un libro que medio atrae mi atención para darme una idea lo más amplia posible de lo que voy a encontrarme. Lo que no recomiendo a nadie es leer la sinopsis que viene en la contraportada. Ésas no las escriben con la intención de darte a conocer el libro, sino de hacerte creer que es bueno aunque sea pésimo. Dicen que muchas veces quienes las escriben no se han leído ni las diez primeras páginas.  

27 mar 2012

Hay libros inmortales y libros muertos

Los libros en algo se parecen a nosotros los humanos: nacen y mueren. Pero no todos. Algunos pasan después de nacer a la inmortalidad y otros, aunque mueren, luego resucitan. Lo gracioso, o lo curioso, o quizás lo incompresible del tema, es que no hay un qué que lleve a los libros a morir pronto o a ser inmortales. Hay libros excelentes inmortales y hay libros también excelentes bien muertos.
Probablemente muchos dirán que sí hay un qué, que la promoción que acompaña a cualquier libro en el momento en que es publicado determina su éxito o su pronta muerte. Es cierto que cuando una editorial grande saca un libro a la venta, éste vende porque vende aunque el porqué no quede para muchos muy claro. Pero aunque un libro venda demasiado, cuando es malo o pésimo, con el tiempo se le cae la mascara (para mayor información léase El código Da Vinci). La inmortalidad a un libro no se la dan las grandes ventas, sino la calidad y las grandes ventas (para mayor información léase El Quijote).
Creo que debo de explicar que para mí los libros inmortales no son los que son muy famosos, no, son los que son muy famosos y son muy buenos. Los que desde hace diez años son muy famosos, siendo también muy malos, no llegarán a la inmortalidad, aunque se seguirán editando, pero ya les vendrá su hora de ser lo que son. Sobre El idiota, de Dostoyevsky, un buen crítico que va a nacer de hoy en cien años dirá que es una obra maestra, un libro extraordinario, por más que no le guste. Y de Crepúsculo, aunque entonces seguirá vivo, se va a decir la verdad que se esconde en sus páginas. De eso que no quepa duda.
Pero lo lamentablemente cierto es que no todos los libros que son extraordinarios son inmortales, aunque hay lectores de sobra, éstos no siempre, o casi nunca, se interesan por la mejor literatura; muchos dirán lo que alguna vez me dijo un amigo: “¿Quién te ha dicho que a mí me gustan las obras maestras?”. Y es verdad, hay a quienes no les gusta leer lo que realmente vale la pena. Quizás porque no quieren o no saben distinguir.
Y es que esto último, por triste que sea, es algo muy cierto. Engañar a la gente sobre la calidad literaria de un libro, lo he venido viendo, es bastante sencillo. A quien empieza a leer, o lee bien poco, con decirle con seriedad que una obra infumable es magnifica ya no se atreve siquiera a dudar un poco.
Como muestra podemos usar la literatura fantástica. Hace algo más de una década estaba bastante ausente en lengua española, pero repentinamente se vino una cascada de publicaciones que si bien ganaron espacio al género también confundieron a los lectores más jóvenes, que fueron quienes se inclinaron más por ellas. La propaganda, quiero suponer, ha logrado que buena parte del público juvenil sea incapaz de darse cuenta cuando una obra infumable es precisamente eso. Tan lejos han llegado las cosas que son muy pocas, demasiado pocas, las obras de calidad que aparecen de ese género (a quien quiera leer una le recomiendo El príncipe de la soledad, una novela que leí hace poco y que me sorprendió por lo buena que es).
Pero sea por una o por otra razón, lo cierto es que libros que debieran ser inmortales mueren muy pronto. No pasan de una corta edición. No tuvieron éxito, dicen por allí. Probablemente eso ocurre porque a quienes los leyeron los habían educado para  creer que los libros buenos eran otros.
Quizás no es, a fin de cuentas, del todo malo que sean muy pocos los libros inmortales, los que todo lector apasionado quiere leer, porque la vida, también a fin de cuentas, raras veces dura cien años, y nadie, o casi nadie, quiere dejar muchos pendientes por aquí. 

21 mar 2012

Blogs abandonados

Desde que tengo blog, hace no tanto, he visto que muchos blogueros que en el pasado iniciaron la misma aventura que yo un buen día se cansaron y dejaron su blog solo como si fuera un perro callejero. Por fortuna un blog no come, y eso hace que sobreviva, algo que no deja de ser, en algunos casos, bueno, porque hay cosas interesantes que vale la pena leer y están allí desde hace años y quién sabe cuánto más durarán.
A quien tiene un blog encontrar otros abandonados quizás no le sorprende. Crear un blog es la cosa más sencilla del mundo, pero mantenerlo actualizado ya viene a ser algo que algunas veces resulta complicado. Probablemente muchos crearon su blog en período vacacional o cuando el trabajo aún dejaba algo de tiempo libre y no estresaba tanto. Pero luego les han llegado los períodos en los que conservar el titulo de bloguero no es fácil.
A mí esta aventura me ha gustado mucho. Y mantenerla no me cuesta más que quitarle una hora al sueño de vez en cuando. Me queda claro hasta dónde llega un blog y cuál es, en mi caso, su función, por eso no soy muy asiduo a publicar. Lo hago casi siempre una vez por semana, y no niego que eso significa pagar un precio. Porque si a un lector le gusta la entrada de hoy quizás vuelva mañana, o pasado, pero si no encuentra nada nuevo no volverá.
Creo que el hecho de que millones tengamos un blog radica en la libertad que tenemos para manejarlo cómo queramos. Publicar no es obligatorio y no hacerlo no es delito. Si el trabajo aprieta o el estrés se amontona, bien puede uno ausentarse varias semanas pagando, eso sí, un alto costo: la perdida de lectores, lo que a un bloguero más importa.
No deja de sorprenderme que muchos blogueros han mostrado una disciplina y un amor a su blog sorprendentes. Llevan años en el oficio y publican con una continuidad que sorprende: una entrada al día. Su premio, sin duda, son los lectores, más fieles que una esposa medieval. Yo no pretendo competir con ellos. Una entrada por semana, quizás a veces dos, es lo más que prometo. Me gusta mi blog, pero tengo más cosas que reclaman mi tiempo, así es la vida.
Y creo que ésa es, en mi caso, la única opción de que el blog perdure. Si me dedicara demasiado a esto, quitándole al sueño más horas de las que puede ceder, terminaría aburriéndome u odiando mi blog. Y ésa no es la intención. No quiero mi blog en la lista de abandonados y para eso es necesario que no me exija tanto. Si puedo conservarlo durante dos años, quizás entonces pueda comprarme una cascota, a la que sí tendría que atender diario.

13 mar 2012

Donde el corazón te lleve

En tertulias con amigos, compañeros, alumnos y demás, a veces surge la pregunta “¿cuál es tu libro favorito?”. Creo que es una de las preguntas más frecuentes con alguien a quien se está conociendo. Pues bien, en infinidad de ocasiones he escuchado la misma respuesta: “Donde el corazón te lleve”, obra, muy famosa ya, de la italiana Susanna Tamaro. Esa respuesta no me haría fruncir en absoluto el ceño si se tratara de una buena novela, pero no es el caso, ni de lejos.
La protagonista de esta historia es una anciana de nombre Olga que ve ya bastante cerca su final. Vive sola, en Italia, y su única pariente es su nieta que está bastante lejos, en los Estados Unidos. Se separaron más por fuerza que por gusto, después de llevar una tormentosa relación, la anciana, muy a su pesar, aceptó que su nieta se fuera lejos.
Creyendo que ya no la volverá a ver, Olga decide abrir su vida, su pasado, a su nieta, sin dejar ningún secreto en el baúl de los recuerdos, cosa que no es sencilla, y más cuando se trata de confesar una lejana infidelidad. ¿Cómo ser, confesando tal cosa, un referente moral para una joven rebelde que busca cualquier pretexto para romper las reglas? Pero todo lo hace por una poderosa razón: que su nieta sea feliz, que vaya, pues, a donde su corazón le indique. 
Estamos ante una novela que brilla por la ausencia en sus páginas de calidad literaria. Es, en cambio, una historia de tristezas, de confesiones y de dolor, y también, cómo no, de amor, excelentes sustitutos éstos, hoy en día, de la calidad que necesita una obra para ser considerada buena.

2 mar 2012

Los tres impostores

El galés Arthur Machen (1863-1947) es un referente en cuanto a la literatura de terror se refiere. Su grandeza no radicó sólo en saber crear buenas historias de terror sino en que logró -y todavía- meterles dentro ese terror a sus lectores.
En 1895 publicó Los tres impostores, una extraordinaria y muy extraña novela, compuesta por relatos, que hacen parecer un infierno al Londres victoriano.
El rompecabezas que el lector va armando conforme transcurre cada relato,  nos revela a un joven ingenuo –conocido como el joven de anteojos- que ha caído en las redes de una peligrosa banda de delincuentes capaces de las más terroríficas atrocidades. Con el miedo típico de un novato, el joven de anteojos deserta al ver la primera de las atrocidades que son capaces de cometer sus cómplices, llevándose consigo un objeto que para éstos es muy valioso.
Como era de esperarse, el jefe de la banda envía a sus secuaces a buscar al desertor. Se trata de tres despiadados y expertos mentirosos -dos hombres y una mujer- que contarán historias aterradoras a quien quiera escucharlos con el objeto de encontrar pistas sobre el paradero del joven de anteojos. Mienten tan extraordinariamente bien que logran atemorizar a su interlocutor que sospecha que lo hacen y al lector que está seguro de ello.
Me extraña que una novela tan buena de un autor de tanto renombre no goce de su merecida fama. Los tres impostores es una novela casi desconocida y difícil de encontrar en las librerías. Hace poco leí que Borges opinó de ella que es una obra maestra y no pretendo discrepar con él. A quien le agraden las novelas de terror, aquí tiene una para disfrutar al límite, y a quien no, de cualquier forma encontrará una obra de sobrada calidad.
Ya he mencionado en otras ocasiones que, por varias razones, no me gusta poner aquí las portadas de los libros que reseño, pero encontré una portada de una edición de esta novela en ingles que sería un crimen no añadir a la entrada.
¿Qué les parece? La portada, como puede verse, ya avisa que el libro causa miedo. 


24 feb 2012

La función del crítico

No sé si todos los blogueros que escriben reseñas literarias se consideran críticos. Al leer algunas me he dado cuenta de que muchos no se ven así. Yo, por mi parte, desde este rincón, sí me considero uno. Criticar, para mí, es la única forma de hablar de un libro. Y por más que lo pienso no creo que sea posible desgajar una obra literaria sin poner en evidencia lo mejor o lo peor de ella, o ambas cosas.
Muchos han hallado la forma de decir que un libro es una obra maestra cuando en realidad es una completa bazofia. Quizás para tener tal postura ni siquiera sea necesario leer el libro. O quizás, incluso, sea más fácil decir que es bueno si no se ha leído, por aquello de la conciencia.
He leído muchas veces a personas que aseguran que un crítico puede decir que un libro es muy malo y otro que es muy bueno sin que ninguno de los dos mienta, porque, dicen, las opiniones pueden ser muy variadas de acuerdo al criterio de cada persona. Yo sé que todos pensamos de forma diferente y sostengo que eso es muy bueno porque nos da una identidad propia. Pero veo difícil que un crítico con experiencia encuentre un libro que es malo bueno aunque le guste.
Quien durante diez años se ha propuesto leer sesenta libros al año y ha cumplido la cuota aunque sea el 31 diciembre mientras brinda con su familia, seguramente ya tiene un criterio al que es difícil o imposible engañar, aunque trate de probar lo contrario. Una persona así ya sabe que un libro es bueno cuando ofrece una buena historia y está bien escrito. Eso, a fin de cuentas, es todo lo que necesita un libro para alcanzar la categoría de bueno.
Alguien podría decir que la evaluación respecto a una buena historia varia de acuerdo al criterio de cada persona, porque finalmente todos tenemos gustos diferentes. Yo digo que no, una buena historia no deja de serlo por más que no guste a algunos. A mí no me gusta Cien años de soledad, pero no me cabe la menor duda de que es una extraordinaria historia muy bien escrita, digna sobradamente de todo el reconocimiento que ha recibido. García Márquez la construyó de manera magistral, sin dejar huecos a pesar de que era difícil no hacerlo en una novela de ese tipo.
Hace poco escribí una reseña de La conjura de los necios,  obra póstuma de John Kennedy Toole, en la que dije lo que es evidente al leer el libro: que es una mala novela. Las circunstancias poco usuales en las que fue publicada quizás ablandaron demasiado a la crítica de su tiempo que la convirtió en una novela de culto, sin que sea digna de ello. Es cierto que inicia de manera extraordinaria y que maneja un humor negro excelente y personajes que despiertan el interés, pero también es cierto que a la mitad del libro todo se cae, se vuelve repetitivo y ocurren muchas cosas que no tienen sentido alguno.
Sin embargo, encontrar una crítica negativa de esta novela es muy difícil, aunque sí hay algunas, y yo me pregunto ¿por qué casi todos dicen que es buena?, ¿porque les gusta realmente o porque críticos de renombre ya lo dijeron antes? Algunas veces me he dado cuenta de que a pocos les gusta discrepar con los “críticos profesionales”, opinar como la mayoría es una buena forma, a fin de cuentas, de no equivocarse. Pero cuando críticos de renombre enaltecen una payasada inleíble sólo porque la edita una gran editorial y la escribió un autor famoso ya es difícil creer en ellos.
Vuelvo a repetir algo que ya dije para no sembrar dudas: una buena novela es la que, por principio de cuentas, está bien escrita, ofrece una buena historia con un argumento sólido que no deja huecos ni tiene fragmentos y diálogos torpes a los que no se les encuentra un sentido claro. Y reconocer que es buena es el deber de todo crítico honesto, aunque no le guste la obra. Igualmente es fácil identificar una pésima novela, y no deberíamos tentarnos el corazón para decir que es horripilante por más que todos digan lo contrario. 

22 feb 2012

El fantasma de Canterville

Creo que a algunos -o por lo menos a mí- nos pasa que llegamos a pensar que  Oscar Wilde es El retrato de Dorian Gray, polémica y nada más. La extraordinaria producción literatura del irlandés a menudo queda eclipsada por esa fantástica novela que desató una polémica monumental y que se ha convertido en una obra imprescindible para cualquier amante o cuando menos pretendiente de la literatura.
Muchas veces he releído algunas partes de El retrato de Dorian Gray en lugar de ponerme a leer una obra de Wilde desconocida para mí. Pero recientemente leí en el blog de Andromeda una reseña de un relato de Wilde que me invitó a leerlo casi de inmediato. Se trata de El fantasma de Canterville, una pequeña obra muy digna de su autor que deja un buen sabor de boca.
Sir Simon de Canterville es un temido fantasma que habita la ancestral mansión de su familia como tantos fantasmas que se han negado a abandonar la casa donde habitaron en vida. La carrera del aristocrático espectro es impresiónate, durante tres largos siglos poner los pelos de punta ha sido lo menos que ha logrado con sus víctimas que se atreven a visitar su residencia. Ejerce su oficio de manera magistral y se ha dado el gusto de casi mandar a la tumba de un susto a cuantos ha querido, hombres y mujeres, no discrimina.
Un buen día el embajador de los Estados Unidos en el Reino Unido adquiere la mansión y se traslada a vivir allí con su esposa y sus cuatro hijos. Antes de eso se le advierte de la presencia de Sir Simon en su nueva casa, pero el yanqui no le presta la menor importancia al hecho. 
El problema para Sir Simon empieza cuando descubre que los yanquis no se asustan con nada, por el contrario, lo asustan a él. Los hijos pequeños del Embajador, un par de gemelos  insufribles, se la pasan haciéndolo quedar en ridículo. El propio embajador llega a plantear a su familia la opción de despojar al fantasma de sus cadenas si éste no acepta engrasarlas para que así los deje dormir.
El fantasma, dadas las circunstancias, no sabe qué hacer. Su capacidad, la única de que dispone, es asustar, pero si esos yanquis modernos no se asustan con nada entonces no le queda más que el retiro y si eso no es posible cuando menos el cese de las hostilidades.
En este pequeño relato se puede ver el estilo irónico de Wilde, su perfecto conocimiento de la sociedad victoriana en que vivió y su poco respeto por ella.
Al final nos ofrece a un yanqui y a un británico, ciudadanos de dos potencias imperialistas en franca competencia, empeñados cada uno en que el otro se quedara con unas joyas de un valor incalculable que habían pertenecido al fantasma. Ése era Wilde, un experto en burlarse de todo aquello que lo rodeaba, quizás porque todo aquello que lo rodeaba también se mofaba de él. 

14 feb 2012

El príncipe de la soledad

Después del descomunal éxito de Harry Potter, de Crepúsculo y de la manía que se desató por El Señor de los Anillos como consecuencia de la trilogía cinematográfica de Peter Jakson, las librerías fueron inundadas por novelas fantásticas tan aterradoramente malas que casi provocaron que yo solicitara ayuda psicológica. Por algún tiempo dejé de leer obras de ese tipo,  y no es que el género no me agrade, al contrario, lo disfruto mucho, lo que ocurre es que me hice bastante desconfiado después de leer reseñas de “obras maestras” de las cuales difícilmente podía leer veinte páginas. Pero si novelas aterradoramente malas me alejaron del género fantástico, vuelvo a él gracias a una novela aterradoramente buena.
Recientemente terminé de leer El príncipe de la soledad, de Adam J. Oderoll, una fascinante historia con personajes bastante bien concebidos que se mueven en una atmósfera de misterios y de sentimientos ocultos.  
El amor en esta novela es algo muy sutil. Hay personajes que no dicen que aman ni que tienen una descomunal hambre de ser amados, pero pequeños actos de su parte lo sugieren, algunas veces tan pequeños que casi son imperceptibles. Lo mismo ocurre con la amistad y la lealtad, y  confieso que detalles de ese tipo hicieron que la novela me pareciera magistral. No me gusta mucho cuando el escritor dice todo lo que sienten los personajes, prefiero entenderlo por pequeñas pistas que ellos nos dan.
Al principio todo indica que la historia gira entorno a un joven que está dispuesto a vengar la muerte de su padre y a la ausencia de un líquido vital, pero poco a poco va revelándose el nombre de un ser malvado -que por el misterio que lo rodea me recordó a Voldemort- muerto muchos años atrás y que debería ser parte del pasado, pero sin embargo ocurren extraños sucesos que evidencian que él o alguien muy cercano a él anda por allí, acechando a los más débiles.
Aunque no hay un protagonista definido, dos personajes tienen mucho peso en la historia: Baon y Albram. El primero es un joven algo extraño, dice poco y hace menos, pero su mirada intimida aun a quienes no tienen motivo alguno para temerle. Todos los que lo rodean se sorprenden de lo valiente que puede llegar a ser cada que está en peligro,  pero aun así sus mejillas cambian de color cuando se encuentra junto a la chica que ama.
El otro, Albram, es probablemente el personaje más atrayente de todos. Su personalidad de ángel malvado que en el fondo quizás es bueno es tan compleja que me cuesta describirla. A pesar de ser muy joven, Albram es uno de los seis jueces, principales autoridades del mundo en donde vive, pero la suerte de quienes dependen de él parece importarle muy poco, debido tal vez a que siempre lo han cuestionado por su polémico nacimiento. Sus actos inexplicables y su personalidad explosiva y cínica, hacen que uno se pase la novela preguntándose ¿qué pretende Albram?
Algunos encontrarán el valor del libro sólo en su calidad literaria, que en mi experiencia es extraordinaria, pero yo prefiero quedarme con uno de los temas filosóficos que toca y que me ha conmovido, el respeto a los indefensos por una muy sencilla pero poderosa razón: nadie tiene derecho a hacerles daño.
Por último, el autor dejó la obra sembrada de frases extraordinarias, para muestra un botón, la que más me gustó:

El honor sólo se lleva con elegancia mientras la vida no está en peligro.

En el blog de la novela puede descargarse gratis.

11 feb 2012

Rebelión en la granja

Hay dos formas de entender cómo fue la extinta URSS. La primera: leyendo ensayos de Rusia en la época de los zares  sobre la situación en que vivían los campesinos, más ensayos sobre la Revolución rusa y la Primera Guerra Mundial, biografías de Nicolás II, Lenin, Stalin, Trotsky, Molotov, sin pasar por alto la producción literaria de Marx, Engels y sobre todo de Lenin, y quizás también sea recomendable husmear en la historia del panorama europeo en la época de la decadencia de las monarquías y leerse uno que otro libro sobre los Estados Unidos. La segunda y más rápida: leyendo Rebelión en la granja, una pequeña novela del británico Geroge Orwell publicada en 1945 que se termina en una tarde y que no decepciona. 
Rebelión en la granja es una sátira del sistema soviético que inicia con el derrocamiento de Nicolás II y termina cuando ya nadie podía oponerse al poder de Stalin. Resulta cuando menos sorprendente  ver cómo Orwell valiéndose de animales y de una novela corta nos brindó una obra de un valor incalculable para comprender que las mieles del comunismo después de beberlas quemaban las entrañas.
El señor Jones (Nicolás II) es el dueño de la Granja Manor, y da a sus animales el trato que cree que merecen sin concederles la menor consideración por ser lo que son. El viejo cerdo Mayor (quizás Marx) justo antes de morir alienta a los animales con la posibilidad de una rebelión con la que puedan quitarse el yugo de los inútiles y despiadados humanos. Snowball y Napoleón (Trotsky y Stalin respectivamente), dos cerdos con muy pocas pulgas, no se lo piensan mucho y en la primera oportunidad que tienen derrocan a su opresor humano echándolo de la granja.
Una vez que el control está en manos de los animales, todo pinta bastante bien porque el único problema que había en la granja eran los humanos y ya se han ido. Los animales establecen unas cuantas reglas que algunos sí pueden aprender y se dedican a vivir para sí mismos en franca prosperidad. Los cerdos, que son los más inteligentes y no se les dificulta aprender a leer, se autoproclaman lideres vitalicios. El problema, el primero, es que Snowball y Napoleón no se llevan bien y cada uno se la pasa desaprobando lo que hace el otro.
Snowball es bastante inteligente, más que su opositor, y por si eso fuera poco, el día que Jones trata de recuperar la granja organiza un improvisado ejército y derrota al enemigo con varias brillantes maniobras sin recibir más que una lamentable baja. Pero Napoleón, tan mañoso como Stalin, toma bajo su custodia a nueve perros desde que nacen, los entrena y los vuelve un despiadado ejército que utiliza para echar a Snowball de la granja salvando éste de milagro la vida.
Cuando Napoleón se hace con todo el poder, inicia una propaganda para destruir la reputación de Snowball: él no peleó valientemente cuando Jones trató de recuperar su granja, en realidad fue reprendido por cobardía, y quien sí dio muestras de un valor incomparable fue Napoleón.  Snowball, se descubre más adelante, en realidad era un espía de Jones y todos sus esfuerzos estuvieron dirigidos para que éste ganara la batalla. También se revela que Snowball acude todas las noches a la granja a sabotear el trabajo de los otros, y por lo tanto la carencia de casi todo no es culpa de las malas decisiones de Napoleón, sino de Snowball. Los animales, torpes y olvidadizos, al principio dudan lo que se les está diciendo, pero los perros de Napoleón echan convenientes y terroríficos rugidos si alguien se resiste a creer en la propaganda de los cerdos.
Poco a poco la granja se trasforma es una cruel dictadura donde cualquier animal sospechoso de traición es inmediatamente destrozado por los perros. Los siete mandamientos que se escribieron al principio para que todos vivieran felices y en paz, son constantemente cambiados según convenga a Napoleón y a sus cerdos. Y finalmente se revela que el amo animal es mucho más despiadado que el amo humano que los animales más viejos creen recordar haber tenido.  

9 feb 2012

Blogs y editoriales

Antes de crear este blog, hace apenas tres meses, sabía lo que quería obtener con mis reseñas: credibilidad. Era importante para mí no sólo atraer lectores, sino que éstos se fueran de mi blog con la seguridad de que al reseñar había sido sincero.
Ya hace mucho tiempo que sigo ciertos blogs, algunos bastante buenos que transmiten una credibilidad incuestionable y de los cuales me he apoyado a la hora de escoger mis lecturas. Lamentablemente no en todos los que he visitado me ha pasado lo mismo. Disfruto, y mucho, leer a quien bien escribe y a veces en mis noches de insomnio me pongo a leer reseñas, sin que eso signifique que me las crea todas aunque me guste cómo escribe quien las hizo. 
Algunas veces me da la impresión de que quien escribe en algunos blogs que sigo jamás lee libros malos. Y quisiera que así me pasara a mí, porque constantemente estoy leyendo obras de pésima calidad y no lo puedo evitar; de que un libro es malo me entero lamentablemente cuando ya lo compré y lo estoy leyendo. Precisamente para evitar eso tengo mis blogs de cabecera, con la intención de enterarme de la existencia de obras imprescindibles que se me han pasado. Pero aun así me es imposible no apoderarme de libros malos que cuestan, después de todo, lo mismo o más que los buenos.
No sé bien decir qué tiene que tener una reseña para que me la crea ciegamente. Eso depende mucho de cómo esté escrita y sobre todo de los aspectos del libro que resalte. Pero sí sé decir si un blog me inspira confianza. Cuando en un blog leo siempre reseñas positivas, figura allí el precio del libro y el que escribe nos apresura a aprovechar la oferta y comprarlo, me siento como si estuviera viendo un comercial en la televisión. Y es que ésa no es la forma en que yo decido qué leer. Cuando leo una estupenda reseña, que provoca que casi me sienta torpe por haber ignorado la existencia del libro, poco me importa su precio y si es caro dejo de comprar otros tres para comprar únicamente ése.
Creo que todos los blogeros sabemos que las editoriales regalan libros a quienes tienen un mayor número de lectores y suben sus reseñas con una continuidad que otros por sus demás ocupaciones no pueden igualar. Por supuesto que lo anterior no es malo, ésa es una muy buena forma de que alguien vea crecer su biblioteca sin descapitalizarse, pero eso tal vez provoca algún tipo de agradecimiento en el blogero, y si sus reseñas jamás son negativas y tampoco despedaza a un libro que sobradamente lo merece… yo no me las creo. No siempre.
Cierto es que para todo hay gustos y que si un libro a mí no me agrada a alguien más sí puede agradarle, pero la experiencia nos brinda un poco de criterio y a veces aunque un libro nos guste porque es del género que mas nos apasiona no podemos negar que es malo, que el argumento está mal concebido, la trama mal estructurada y tiene diálogos torpes e innecesarios. A mí me ocurre a veces con algunas novelas policíacas que leo hasta el final disfrutándolas, pero no paso por alto que están sembradas de errores. 
Pero volviendo al tema de la credibilidad, fue por lo anterior que al crear mi blog decidí que no pondría portadas, no mencionaría precios, editoriales, fechas de última edición y que reseñaría libros pésimos, malos, regulares buenos y hasta uno que otro excelente. Tengo pensado algunas veces violar las reglas,  hay portadas que merecen que las ponga porque son estupendas o cuando menos a mí me gustan, también hay editoriales que a veces envían al mercado un extraordinario trabajo y quizás en algún momento me dé por mencionarlas.
En cuanto a mis reseñas, jamás pienso discriminar. Los días que tengo ganas de escribir una, voy a mi biblioteca, recorro mis libros con la mirada y decido en ese momento cuál reseñaré, sin importarme lo viejo que esté, lo poco o nada conocido que sea el autor y si está de momento en las librerías o no. Yo reseñaré el libro, y si a un lector le parece que vale la pena, dependerá de él ver cómo lo consigue.
Por último, espero que ningún blogero que acostumbra poner precios de los libros y demás detalles para aclarar las dudas del consumidor se sienta ofendido por esta reflexión, no ha sido mi intención ofender a nadie. 


6 feb 2012

La columna de hierro

Taylor Caldwell fue una famosa escritora británica que pasó la mayor parte de su vida en los Estados Unidos, país al que llegó a admirar profundamente, y no digo esto último porque sea un especialista en su biografía -poco me importan las vidas de mis escritores favoritos-, sino porque en su obra pueden verse los sentimientos que la unían a su segunda patria.
La columna de hierro es su novela más valorada hoy en día, fue publicada en 1965 y dedicada al infortunado presidente John F. Kennedy. Se trata de una biografía novelada de Marco Tulio Cicerón, el gran abogado romano de los últimos tiempos de la Republica. He conocido a muchas personas que tienen esta obra entre sus libros favoritos, y también ocupa un lugar de honor en mi biblioteca, pero no  precisamente por su valor como obra literaria -en ese aspecto la calidad es poca-, su importancia radica en que se trata de una excelente critica al descomunal deseo del Estado por acapararlo todo, y aun sin ser tan directa como Rebelión en la granja, tiene páginas totalmente magistrales.
La novela inicia poco antes del nacimiento de Cicerón, un acaudalado niño romano que es educado, sin ser patricio, como tal, con preceptor particular y con un rígido adiestramiento para que perfeccionara  el griego y el latín, requisitos obligatorios en todo romano culto. Desde la niñez Cicerón conoce a dos personajes que serán cruciales en su vida, sobre todo en su carrera política: Lucio Sergio Catilina y Julio César. El primero lo adoptaría como enemigo a muerte y el segundo como su hermano mayor. Al llegar a ser un prominente abogado, Cicerón no duda en acosar a los poderosos y si salva la vida es porque la mano de su amigo César lo protege desde la oscuridad.
El Cicerón que Caldwell nos ofrece en sin duda mucho mejor que el original -aun siendo el original digno de admiración-: abogado de las víctimas del Estado, luchador incansable para que las instituciones no fueran absorbidas por el ejército y por alargar la vida de la desahuciada Republica. Tanto Cicerón como César sabían que el uno era un peligro para el otro y aunque tuvieron cada uno en su momento el poder para destruirse no lo hicieron. El uno no imaginaba su vida sin la Republica y el otro quería ser emperador; se obstaculizaban y se espiaban y sin embargo se querían bien, siempre tratándose entre ellos como “Julio” y “Marco”.  Esta amistad entre los dos titanes es, entre otras cosas, de lo que más bien logró Caldwell en la novela.
Pero sin duda lo mejor de la novela son las causas por las que tanto lucha Cicerón; sus discursos en contra del Estado megalómano y las leyes perversas son magistrales. En su amplia correspondencia con sus amigos, familiares y enemigos se esconde una filosofía que hace ver como un hombre de nuestro tiempo a aquél que vivió hace bastantes siglos.
Me llamó mucho la atención el desprecio que Cicerón muestra por los romanos de ocasión, hijos de aventureros que se acercaban a la poderosa Roma sólo por ser tal pero sin tener ningún vínculo con ella. Es evidente que allí se esconde una crítica de Caldwell a los norteamericanos hijos de emigrantes que en su tiempo desconocían hasta los nombres de los Padres Fundadores, porque ya en el prologo de la extensa novela nos avisa del parecido histórico entre la Republica romana y los Estados Unidos.
No es ésta una gran obra literaria, ya lo dije, su enorme extensión y el hecho de tener que apegarse fielmente a sucesos históricos provocaron que Caldwell cometiera errores, pero si la valoramos únicamente como obra filosófica su importancia es infinita.

30 ene 2012

Los crímenes de la calle Morgue

El otro día reseñé la novela Arsenio Lupin contra Herlock Holmes, y allí comenté que Holmes, el más famoso detective de la historia de las novelas policíacas, es una ligera mutación de C. Auguste Dupin, personaje salido de la extraordinaria mente de Edgar Allan Poe. Pues bien, creí prudente hacer también una reseña de la primera aparición de Lupin, que fue allá por 1841, en un relato titulado Los crímenes de la calle Morgue, el predecesor de toda historia policíaca que se precie de serlo. Cualquiera que lo lea, verá rápidamente que Sir Arthur Conan Doyle ni siquiera se molestó en hacerle muchas modificaciones a Dupin para mostrárnoslo como su Holmes, ya que ambos tienen un amigo menos inteligente que ellos que les profesa admiración y que sirve de narrador en las historias.
En Los crímenes de la calle Morgue, dos damas parisinas, madre e hija, son brutalmente asesinadas en su propia casa. Aquéllos que lograron escuchar algo donde y cuando ocurría el escalofriante suceso, aseguran que uno de los sospechosos hablaba francés y el otro un idioma que no saben si era español, italiano, inglés o ruso.
La policía se enfrasca en la búsqueda de tan despiadados delincuentes mientras los vecinos de las víctimas se aterran al saber que cerca de ellos pueden estar personajes capaces de asesinar a dos indefensas mujeres de manera brutal. Porque, aunque la policía todo o casi todo lo ignora, sí tiene la seguridad de estar enfrentándose a seres repletos de maldad, si no ¿quién más sería capaz de cometer actos tan abominables?
Pero Dupin, que se ha metido a investigar el crimen sin ser detective y sin que nadie se lo pida, es el único que discrepa ampliamente con la teoría oficial. Quizás el asesino no es malo, quizás no sabía lo que estaba haciendo y quizás ni siquiera es humano.  
En la primera aparición de Sherlock Holmes, que fue en Estudio enescarlata, novela publicada en 1887, Watson lo compara con Dupin, y Holmes, aunque le concede capacidad a éste, lo considera muy inferior a él. Tal vez Doyle escribió esa parte de la novela como homenaje a Dupin, aunque pareciera ser que pretendía evitar las comparaciones, pero no hacerlas es inevitable. Finalmente, Dupin, aunque sólo aparece en tres relatos, es mejor personaje que Holmes, tanto como mejor escritor fue Poe que Doyle. 

27 ene 2012

El libro electrónico

Yo soy de los que pertenecen a la generación del libro en papel, de ése que ha durado ya varios siglos vigente, y quizás si vivo cien años y aún entonces puedo leer, estaré leyendo libros de papel. Con todo, no desestimo las ventajas de los libros electrónicos ni mucho menos me niego a leerlos. Ya son parte de mi vida, y algunas cosas buenas tienen.
Ciertos lectores empedernidos amigos míos, mayores y menos que yo, consideran el libro electrónico poco más que una moda de adolescentes y profesan tanto amor por el libro impreso que aún se niegan rotundamente siquiera a hacer una prueba. Y no es que yo piense de manera muy diferente a ellos; me exhiben argumentos que no puedo cuestionar y que incluso hago míos. Es imposible igualar la belleza de nuestra biblioteca, verla crecer, ver también cómo cambia el color de las páginas de nuestros libros con el paso de los años, privarnos del orgullo de poseer primeras ediciones de un clásico -con los característicos errores de las primeras ediciones-, coleccionar libros raros de tirajes reducidos y tantas otras cosas que hacen del libro impreso insustituible para los que somos tan sentimentales.
Pero, como ya dije, el libro electrónico algunas cosas buenas tiene. En mi caso, me ha pasado muchas veces que me recomiendan un libro que parece ser muy bueno, pero de la última edición ya pasaron muchos años y sencillamente no lo encuentro en ninguna librería. ¿Quién no se ha visto en situación semejante? Seguramente muchos. Ese tipo de problemas quedarán en el pasado cuando cada libro que sale a la venta en papel también lo haga en formato electrónico.
Respeto a la comodidad al leer, muchos opinarán que es insustituible la sensación que brinda el libro impreso. Estoy de acuerdo, pero también veo que los lectores electrónicos han avanzado bastante. No tengo gran experiencia, pero por poner un ejemplo, el kindle de Amazon es muy cómodo y no cansa tanto la vista como ocurre cuando leemos algo frente a la pantalla.
Creo que en poco tiempo habrá cierta convivencia entre el libro impreso y el electrónico. Cada quien podrá leer en el formato que quiera o más le convenga. Los que estamos acostumbrados al libro impreso, quizás no lo dejaremos nunca, salvo obligadas excepciones -quizás, nunca se sabe-, pero los niños que probablemente están leyendo su primer libro en un lector electrónico, tal vez nos verán como anacronismos. Habrá que esperar para ver cómo están las cosas  dentro de unos años.

20 ene 2012

Arsenio Lupin contra Herlock Holmes

La primera vez que vi en una librería el nombre de Sherlock Holmes -sin darme cuenta al principio que le faltaba una “ese”- junto a la ausencia del nombre de Sir Arthur Conan Doyle, que en este caso era sustituido por el de Maurice Lebranc, fruncí el ceño. Aunque siempre he tenido la costumbre de leerme una buena, o cuando menos regular, novela policíaca por las noches, acompañado de una taza de té,  y para ello algunas veces he recurrido al famoso detective ingles, ignoraba que otro autor aparte de Doyle lo hubiera incluido en sus historias. 
No es que considere que las historias de Holmes son unas obras maestras, no, son novelitas que despiertan el interés y entretienen, sólo eso. Con la novela del género negro-policiaco no suelo ser nada exigente, únicamente pido un poco de misterio, bien concebido, que no me saque de dudas antes de llegar a las últimas páginas. Algunos autores lo logran en novelas que a fin de cuentas son bastante simples.
Volviendo a la novela en cuestión, Maurice Lebranc, escritor francés nacido en 1864 y fallecido en 1941, fue el creador de Arsenio Lupin, un ladrón muy hábil, y muy simpático -en la medida en que un ladrón puede serlo-, que cobró fama en Francia al mismo tiempo que Holmes lo hacía en Inglaterra y en el mundo.  
Leblanc decidió enfrentar en una de sus historias a su famoso ladrón contra el mucho más famoso aún detective ingles, pero para librarse de una demanda, alteró los nombres  de Sherlock y de Watson dejándolos en Herlock y Wilson. Gracia debió haberle hecho a Doyle.
La novela fue publicada en 1908 y la trama se sitúa en Paría, donde Holmes es requerido por acaudaladas personalidades porque la policía local no puede con el famoso ladrón Arsenio Lupin, de quien han sido víctimas. Lupin aparece para cometer un crimen y desaparece después de cometerlo de las formas menos esperadas, al parecer atravesando paredes, porque no existe ninguna otra explicación para entender cómo hace para salirse con la suya llevándose lo de otros cada que quiere. 
En cuando toman posiciones los dos contendientes, después de una caballeresca charla en la que se fijan algunos puntos, Holmes recibe un izquierdazo tras otro. Al parecer hasta las piedras le avisan a Lupin por dónde caminan aquéllos que quieren atraparlo. El ingles, después de recuperar la lucidez tras las primeras aporreadas, donde Watson -digo Wilson- resulta con un brazo fracturado, comprende que algo tienen que tener en común todos los edificios donde Lupin ha robado y ha desaparecido misteriosamente.
Resulta cuando menos curioso cómo es que Lebranc ideó el fin de las hostilidades. Evidentemente, Holmes no podía perder, pero el autor tenía que cuidar de su personaje, así que tampoco se podía dar el lujo de permitir que el detective ingles fregara con su famoso ladrón el piso. Así las cosas, no había muchos finales de los cuales echar mano y Leblanc, me parece, se inclinó por el más conveniente.
El libro resultará agradable para los fanáticos de la típica novelita policíaca que tanta fama cobró en el pasado siglo. Es probable que algunos encuentren mejor a Holmes con la pluma de Leblanc que con la de su creador. Después de todo no sería justo olvidar que a pesar de la fama de Shelock Holmes las novelas en las que aparece son digeribles sin ser buenas y él no es un personaje original, sino una ligera mutación de C. Auguste Dupin, creación Edgar Allan Poe.
No se me da mucho poner aquí las portadas de las novelas que reseño, por varias razones. Pero si una portada vale la pena seria un crimen no hacerlo. Y la portada de la novela de hoy sí que me ha gustado.