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30 nov 2011

Bahías de La Habana

Martin Cruz Smith es un novelista norteamericano del que hasta hace unos pocos años no sabía nada. Nació en 1942, es decir, ya lleva buen tiempo con la pluma en la mano y ha logrado cosechar fama como escritor. Lamentablemente, la única novela que he leído de él me dejó con ganas de ir a la librería para exigir la devolución de mi dinero, y desde entonces no he vuelto a leer nada suyo.
La novela en cuestión, Bahías de La Habana, publicada en 1999, es negra y su protagonista es el detective Arkady Renko, una versión contemporánea y rusa de Sherlock Holmes que, según he leído, es también el protagonista de otras obras del autor.
Renko, deprimido por la perdida de su amada y con deseos de abandonar la vida, llega a La Habana y es requerido para que acepte que un desfigurado cuerpo pertenece a un camarada suyo de nombre Pribluda. No muy contento con el trato que los cubanos le dan por ser ruso -tómese en cuenta que la historia ocurre años después de que ya acabó el subsidio soviético para la isla-, alega que no hay argumentos para aceptar que el cadáver es quien los cubanos casi exigen que sea.
Siguiendo con la naturaleza común en casi todos los detectives ficticios del pasado siglo y lo que va del presente, Renko se mete en todo lo que no le importa con la intención de averiguar, sin que nadie se lo pida, qué pasó con su camarada. No conoce una palabra de español -allá él y de lo que se pierde-, y por ello el autor tomó la precaución de que todos los cubanos que se cruzaran en su camino dominaran el ruso, lo que le ayuda a encontrar pronto indicios de que algo muy turbio se trama en la mayor isla del Caribe.
La novela transcurre de forma bastante aburrida y a veces absurda, y el detective mientras tanto se mete en líos con cubanos que quieren darlo de baja,  con norteamericanos que lo quieren de matón particular y, muy al estilo de James Bond, también se relaciona sentimentalmente con una policía cubana con la que en un principio tiene problemas.
Finalmente, Renko descubre que el fin último de los malos es borrar del mapa al hombre de barba, pero ni él con toda su astucia sospecha que el régimen tiene la precaución de poner junto al espía ruso a un espía cubano que parece todo menos eso. Después de sobrevivir casi de milagro, a Renko le revela su contraparte caribeño que al que manda le gusta dejar avanzar los planes de magnicidio para así poder depurar su entorno, siendo todo aquel ajetreo donde participó, a fin de cuentas, un proceso perfectamente vigilado desde arriba.
Algo que no puedo dejar de resaltar es que parece ser que el autor hizo una minuciosa investigación sobre la vida en la isla. El país que se quedó atascado en los 50s, el racionamiento de casi de todo, las costumbres “religiosas” típicamente cubanas y hasta las jovencitas que se ven obligadas a acostarse con momias porque no hallan otra forma de llevarse el pan a la boca, todo eso está bien retratado.
El problema de fondo es que la novela, como negra que es, es mala. Aquél que pretende escribir una novela negra por lo menos tradicional, tiene que mantener al lector bien enganchado con buenos misterios a lo largo de las páginas y dar un final algo difícil de imaginar, de lo contrario el fracaso está asegurado. 

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