Herman Melville fue un escritor norteamericano nacido en 1819. Es mundialmente famoso por haber escrito la más famosa aún novela Moby-Dick, que trata sobre el monstruo marino que no perdona una ofensa. Pero Melville también es muy conocido por un relato extraordinario que publicó en 1853: Bartleby, el escribiente.
Esta magistral obrita está narrada en primera persona por un abogado que tiene sus oficinas en Wall Street, donde le ayudan con su trabajo dos copistas y un mandadero. El número de copistas termina por ser insuficiente para la cantidad de documentos que son necesarios copiar y el narrador se ve en la necesidad de poner un anuncio para hacerse de un empleado más.
Es así como recluta entre sus filas a Bartleby, un extraño personaje que nada tiene que ver con el prototipo de héroe oscuro de hoy en día, que a pesar de su gris apariencia resulta ser la eficiencia personificada. El abogado no puede más que mostrarse satisfecho con la rapidez y la calidad del trabajo de su nueva adquisición, hasta que un buen día algo extraño ocurre: Bartleby es requerido por su jefe y responde dejándolo frío con la absurda frase: “Preferiría no hacerlo”.
Lo que hace genial a la obra no es la reacción de Bartleby, sino la del narrador. El copista no es más que un personaje del que nada se sabe y quien se limita de allí en adelante a negarse a hacer cualquier cosa con la misma frase que poco a poco va causando miedo al narrador. Éste, a lo largo de la obrita, experimenta diversos tipos de sentimiento hacía Bartleby. Al principio el de admiración por su buen trabajo, después le viene la molestia cuando el copista recurre por primera vez a su frase “Preferiría no hacerlo”.
Cuando ya son demasiadas las veces que Bartleby prefiere no hacer lo que se le ordena, su jefe decide despedirlo, pero Bartleby prefiere no irse de allí. Y no se va ni de noche ni de día. Entonces el narrador empieza a odiarlo porque sencillamente no puede deshacerse de él.
Tan mal se ponen las cosas que el narrador decide mudar su oficina a otra parte. Pero el copista no está dispuesto a irse ni siquiera cuando llegan los nuevos inquilinos, quienes tienen menos paciencia que el narrador y por tal razón Bartleby es denunciado ante la policía. Cuando se lo llevan a la cárcel, el copista ya no puede valerse de su frase “Preferiría no hacerlo” y termina encarcelado, pero su situación no parece importarle en lo más mínimo.
El narrador, que ya por fin se ha librado del gris copista, experimenta un nuevo sentimiento hacía él. Va a buscarlo a la cárcel y se identifica como su amigo. La situación de Bartleby lo conmueve a tal grado que decide ayudarlo. Pero ya nada puede hacerse porque entre las muchas cosas que Bartleby ha decido no hacer, está la de alimentarse.
Al final el lector no puede evitar sentir compasión por el desventurado copista, pero no por su conducta absurda que lo lleva a su perdición, sino por lo que el narrador expresa al contemplarlo. Bartleby representa lo absurdo e irracional, y su comportamiento viene a ser demasiado ficticio, pero el narrador representa sentimientos muy humanos, tales como la tolerancia y la compasión.
Conforme se recorren las breves páginas de la obra, el lector se da cuenta de que el protagonista no es, a pesar de todo, Bartleby, sino el narrador. El abogado de Wall Street, lejos de echar a patadas al oscuro personaje que le hace perder dinero y tiempo, trata, sin poder, de comprenderlo y termina de alguna forma adoptándolo al intentar convertirse en su protector.
Bartleby, el escribiente es considerado uno de los mejores relatos de la literatura universal. El honor se lo ha ganado, indudablemente, por meritos propios. Aunque, por si le faltara algo para que sea buscado por los lectores, una de sus traducciones al español, sin duda la más conocida, la realizó el celebre escritor argentino Jorge Luis Borges, el nunca galardonado con el Nobel de Literatura y, según la creencia de muchos, merecedor indiscutible.