Fue hace poco
que empecé a escuchar y a leer algo sobre la literatura chatarra. Y a falta de
una definición aún formal por parte de alguna academia, contribuiré diciendo que
entiendo que quienes usan la frase se refieren a que es un producto deficiente,
de mala calidad y producido en grandes cantidades para consumidores extraviados
y nada exigentes. O, para simplificar un poco, se trata de novelas pésimas que
se cuelgan de argumentos que han tenido éxito y pretenden exprimirlos todavía lo
más posible.
Algo que
me llamó la atención cuando empecé a leer sobre la literatura chatarra fue el
hecho de que preocupa a los académicos que los adolescentes la consuman tanto. Lo
cual es, por parte de esos académicos, una enorme estupidez.
Si lo que
se quiere es que los jóvenes lean para erradicar en la mayor cantidad que sea
posible la ignorancia del mundo, la literatura chatarra es ideal. Es más, si
consigue atraer a los adolescentes a los libros, no sólo es ideal, sino
extraordinaria.
Si un joven
empieza a fumar cigarrillos comunes, poco después quizás se pase a la
marihuana, y si empieza por sustraer pequeñeces de un centro comercial, después
se cambiará a las joyerías, si disfruta golpear a sus compañeros de escuela,
probablemente más tarde se interese por los asesinatos, y si se le ocurre leer Crepúsculo, es probable que luego se
interese por Robinson Crusoe. Así de
simple. Lo importante es que los jóvenes lean, que se hagan de ese hábito. Si empiezan por La riqueza de las naciones o El
príncipe quizás no lleguen siquiera a la décima página a causa del
aburrimiento y ya no vuelvan a tocar un libro.
La literatura
chatarra, a fin de cuentas, quizás esté haciendo algo bueno por el mundo.