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26 nov 2011

El capote

Es bien sabido que Rusia ha producido a lo largo de la historia brillantes escritores. Quizás, aventurándose un poco, podría afirmarse que los mejores novelistas de todos los tiempos son rusos. Los escritores allí supieron plasmar muy bien la miseria que padeció el pueblo durante la época de los zares y la situación mucho peor que generó Stalin.
Uno de esos grandes escritores fue el ucraniano Nikolái Gógol, nacido en 1809, como súbdito del zar Alejandro I; es decir, como ruso a la fuerza. Gógol pasó con el tiempo a formar parte de esa gran camada de novelistas que parió Rusia en el siglo XIX y que hacen a uno preguntarse si en otros países también se escribía.
La obra maestra más conocida de Gógol es la mítica novela Almas muertas, pero no es la única ya que el hombre simplemente no sabía escribir mal. El capote es una extraordinaria novelita que exprime de lo más triste de los sentimientos humanos.
Akakyi Akakievich, el protagonista, es un gris funcionario público que trabaja mucho y gana poco. Sí, trabaja mucho y gana bien poco. En la actualidad es imposible imaginar a un funcionario público en tales circunstancias, pero en el siglo XIX se respiraban otros aires.
Akakyi Akakievich es copista -quizás por eso trabaja mucho, porque en la actualidad tal tarea consiste en oprimir un botón-, y su sueldo tan miserable apenas le alcanza para vivir de forma pobrísima. Su personalidad es tan gris como su sueldo: no tiene familia ni vida social y al salir del trabajo no hace más que ir a encerrarse en la soledad de su muy humilde casa.
La situación que padece lo hace temer la llegada de un gasto fuera de su alcance y no previsto. Pero ese gasto no deseado finalmente le llega y lo hace temblar. Su único capote, que lo mantiene vivo durante el invierno Ruso, ya no da para más. Akakyi Akakievich acude al sastre con la esperanza de que le recomiende una solución acorde a su bolsillo, pero el diagnostico es aterrador: el capote ya no puede repararse una vez más, es necesario otro nuevo.
Por más que hace cuentas, Akakyi Akakievich sabe que es casi imposible pagar el altísimo costo de un capote nuevo. Pero es eso o morir de frío. Así que decide apretarse el cinturón, más aún de lo que ya lo hace, y después de ahorrar hasta lo imposible, de regatear y regatear al sastre, consigue pagarse su capote nuevo.
Pero, como dicen por allí, de la mano de la fiesta viene a veces la desgracia, y al llegar al trabajo sus compañeros deciden, sin consultarle, que el nuevo capote amerita una fiesta. Akakyi Akakievich, gris y apático, no quiere ir, pero como tampoco desea que sus compañeros lo estén molestando, acepta.
Después de ir a una fiesta que él en nada disfruta, Akakyi Akakievich se ve caminando en la madrugada por peligrosas calles para volver a su hogar. Y un personaje con un capote nuevo no puede, por más que así lo quiera, pasar desapercibido para los delincuentes.
El sentimiento que experimenta Akakyi Akakievich al perder su preciadísimo capote será acaso similar al de quien llega a su casa y se encuentra con un terreno baldío (suponiendo que tal situación pudiera presentarse). Después de reponerse de la sorpresa, que no de la depresión, el triste copista se da a la tarea de conseguir que las autoridades cumplan con su trabajo y encuentren su capote. Lo que él encuentra es a la burocracia en su esplendor, y el golpe que le da ésta, sumando al que le habían dado los bandidos, provoca su fin.
El capote es una obra que logra hacer que el lector sienta el frío que sentiría Akakyi Akakievich sin él, sin su capote. Y eso lo convierte en una obra, sino maestra, cuando menos sí bastante buena, muy digna de su autor. 

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