En muchas
ocasiones he leído aquello de que un librero no sólo vende libros, sino que
también es un excelente crítico que pone al alcance de sus clientes la mejor
literatura. Quizás eso era antes, aunque tengo mis dudas. Pero si un librero,
en los tiempos que corren, se pone a ser selectivo, en cuanto a calidad
literaria se refiere, con los libros que vende, pronto morirá de inanición.
Conozco a
algunos libreros, y a más de uno con buen gusto literario, pero incluso ellos
aceptan que no leen lo que más venden. Un librero tiene que tener un buen ojo
para seleccionar el local donde pondrá su librería, en alguna calle muy
transitada, y mejor aún una esquina, cerca de una universidad, junto a una
cafetería, entre otras cosas. Pero dudo que haya muchos que se propongan vender
buena literatura. Una librería no deja de ser un negocio y todos los negocios
venden los productos de los que más se habla.
Recuerdo
que después de que Barack Obama ganó la presidencia de los Estados Unidos, su libro, Sueños de mi padre, tapizaba los
escaparates y los muros de las librerías a donde entraba. Cuando el cantante
Ricky Martin confesó sus preferencias sexuales y después escribió un libro, éste
era exhibido a montones en las librerías. El último libro que vi en tales
circunstancias fue una biografía de Steve Joves, poco después de su muerte.
Lo mismo
pasa con las novelas que ganan el Premio Planeta, las de Dan Brown y un sin fin
de etcéteras. Los libreros sólo piden lo que más se vende y lo ponen donde el
posible lector pueda verlo sin que siquiera entre a la librería. Si un lector
toma entre sus manos El código Da Vinci o
Crepúsculo, el librero sonríe y
quizás diga “excelente elección, señor”. Y es que la mayoría, como casi
cualquier comerciante en época de crisis, son muy educados y le dan al cliente
lo que pide. Se trata de sobrevivir.
Alguna vez, reflexionando con un amigo, llegamos a la conclusión de que las mejores obras literarias muchas veces están en las librerías de viejo. Allí no hay novedades, y eso es bueno, porque la producción editorial en español, autóctona y traducida, cada vez es peor. Aunque se sigue escribiendo bien, los editores publican sólo lo que creen que puede venderse y traducen lo que se vende mucho. Se adaptan a nosotros los lectores, que cada vez somos menos exigentes.
Alguna vez, reflexionando con un amigo, llegamos a la conclusión de que las mejores obras literarias muchas veces están en las librerías de viejo. Allí no hay novedades, y eso es bueno, porque la producción editorial en español, autóctona y traducida, cada vez es peor. Aunque se sigue escribiendo bien, los editores publican sólo lo que creen que puede venderse y traducen lo que se vende mucho. Se adaptan a nosotros los lectores, que cada vez somos menos exigentes.