No sé si todos los blogueros que escriben reseñas literarias se consideran críticos. Al leer algunas me he dado cuenta de que muchos no se ven así. Yo, por mi parte, desde este rincón, sí me considero uno. Criticar, para mí, es la única forma de hablar de un libro. Y por más que lo pienso no creo que sea posible desgajar una obra literaria sin poner en evidencia lo mejor o lo peor de ella, o ambas cosas.
Muchos han hallado la forma de decir que un libro es una obra maestra cuando en realidad es una completa bazofia. Quizás para tener tal postura ni siquiera sea necesario leer el libro. O quizás, incluso, sea más fácil decir que es bueno si no se ha leído, por aquello de la conciencia.
He leído muchas veces a personas que aseguran que un crítico puede decir que un libro es muy malo y otro que es muy bueno sin que ninguno de los dos mienta, porque, dicen, las opiniones pueden ser muy variadas de acuerdo al criterio de cada persona. Yo sé que todos pensamos de forma diferente y sostengo que eso es muy bueno porque nos da una identidad propia. Pero veo difícil que un crítico con experiencia encuentre un libro que es malo bueno aunque le guste.
Quien durante diez años se ha propuesto leer sesenta libros al año y ha cumplido la cuota aunque sea el 31 diciembre mientras brinda con su familia, seguramente ya tiene un criterio al que es difícil o imposible engañar, aunque trate de probar lo contrario. Una persona así ya sabe que un libro es bueno cuando ofrece una buena historia y está bien escrito. Eso, a fin de cuentas, es todo lo que necesita un libro para alcanzar la categoría de bueno.
Alguien podría decir que la evaluación respecto a una buena historia varia de acuerdo al criterio de cada persona, porque finalmente todos tenemos gustos diferentes. Yo digo que no, una buena historia no deja de serlo por más que no guste a algunos. A mí no me gusta Cien años de soledad, pero no me cabe la menor duda de que es una extraordinaria historia muy bien escrita, digna sobradamente de todo el reconocimiento que ha recibido. García Márquez la construyó de manera magistral, sin dejar huecos a pesar de que era difícil no hacerlo en una novela de ese tipo.
Hace poco escribí una reseña de La conjura de los necios, obra póstuma de John Kennedy Toole, en la que dije lo que es evidente al leer el libro: que es una mala novela. Las circunstancias poco usuales en las que fue publicada quizás ablandaron demasiado a la crítica de su tiempo que la convirtió en una novela de culto, sin que sea digna de ello. Es cierto que inicia de manera extraordinaria y que maneja un humor negro excelente y personajes que despiertan el interés, pero también es cierto que a la mitad del libro todo se cae, se vuelve repetitivo y ocurren muchas cosas que no tienen sentido alguno.
Sin embargo, encontrar una crítica negativa de esta novela es muy difícil, aunque sí hay algunas, y yo me pregunto ¿por qué casi todos dicen que es buena?, ¿porque les gusta realmente o porque críticos de renombre ya lo dijeron antes? Algunas veces me he dado cuenta de que a pocos les gusta discrepar con los “críticos profesionales”, opinar como la mayoría es una buena forma, a fin de cuentas, de no equivocarse. Pero cuando críticos de renombre enaltecen una payasada inleíble sólo porque la edita una gran editorial y la escribió un autor famoso ya es difícil creer en ellos.
Vuelvo a repetir algo que ya dije para no sembrar dudas: una buena novela es la que, por principio de cuentas, está bien escrita, ofrece una buena historia con un argumento sólido que no deja huecos ni tiene fragmentos y diálogos torpes a los que no se les encuentra un sentido claro. Y reconocer que es buena es el deber de todo crítico honesto, aunque no le guste la obra. Igualmente es fácil identificar una pésima novela, y no deberíamos tentarnos el corazón para decir que es horripilante por más que todos digan lo contrario.